Una gota, más otras gotas

“Para muestra basta un botón”, decía mi abuela, que era una excelente costurera. La metáfora del refrán vale usarla para hacernos pensar como individuos y como grupo humano, porque una historia mínima puede hablarnos de la conducta de un pueblo. Valga una anécdota.

En la sala de espera de un hospital en Caballito, una veintena de personas esperaba su turno para hacer el trámite para luego ir al sector de extracción de sangre… “Hematología”, decía el cartel.

Previamente, cada paciente cortó un ticket de un expendedor de números (como esos que hay en la carnicería o en la verdulería para respetar el orden de llegada).

Llegado un momento, un tipo quiso darle a otro un número muy anterior al que tenía ya que había cortado dos papelitos por error… Los demás pacientes miraban la escena impávidos y pasivos.

Pero el que iba a ser el beneficiario de la concesión reaccionó de un modo inusual, quizás. Le agradeció y le dijo: “Disculpe señor, le agradezco pero no corresponde, hay gente que llegó antes que yo y no sería justo”.

El dador, un tipo con indudable actitud solidaria -aunque generadora de injusticia- quiso dárselo a otra persona… Pero quien había rechazado la ventaja le dijo que no hiciera eso, que por favor lo tirara… 

Entonces, brotaron los comentarios en voz alta: «Muy bien señor, es lo que corresponde», «es verdad, siempre hace eso la gente y está mal», «lógico, es injusto», entre otras opiniones.

El tipo se dio vuelta sin entender nada pero con el prodigioso numerito aún en la mano y fue entonces cuando una señora se lo sacó de la mano y dijo en voz alta: «Yo lo agarro porque soy discapacitada». 

La empleada del nosocomio cantó justo ése: “¡247!” Y ahí prosiguió la batahola por la supuesta «discapacitada» (vaya a saber de qué, como dijo una bella cuarentona sentada junto al mostrador): «Así anda el país», dijo un señor con tristeza. «El problema no es el país sino los que vivimos adentro», acotó una joven mientras miraba su celular. “Je, nunca falta el avivado o la avivada», esgrimió uno de gorrito. El cierre lo dio una señora con buen tono y estilo docente: «La culpa es de la sociedad».

La escena da para meditar: ¿La sociedad, no somos nosotros?

Hugo Kelway 

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